domingo, 19 de febrero de 2017

Conociendo el mundo - Praga


Después de varios días desconectada del blog por cuestiones escolares, finalmente puedo escribir una nueva entrada. Tenía en mente hacer algo sobre cómo elegir una universidad, o reseñar dos libros que terminé en este periodo, pero por ahora me decantaré por algo un tanto diferente. Fiel a mi promesa de convertir este blog también en una bitácora de viaje, inauguraré esta sección hablando sobre el pequeño viaje que hice hace unos días a la preciosa Praga, en República Checa. 
Vista de la Catedral de San Vitto desde la entrada
principal al Castillo.

Había escuchado muy buenas opiniones acerca de Praga. Allí vivió un buen amigo de intercambio hace dos años, allí toma lugar uno de los libros que más me han gustado. Y estando yo en Europa, teniendo unos pocos ahorros, y teniendo unos días libres me dije, ¿por qué no? 

Volviendo un poco atrás, diré que si bien Hija de humo y hueso me gustó, por alguna razón que escapa a mi entender se convirtió en el libro favorito de mi hermana (raramente compartimos gustos literarios). Y como ella planeaba venir a los Países Bajos durante las dos semanas de re-exámenes de la Universidad (mis re-exámenes, no los suyos), pensé que sería buena idea organizar una pequeña escapada a Praga para nosotras y quien se nos quisiera unir. 

El gulash es un platillo típicamente checo que aparece descrito
en Hija de humo y hueso, y del que mi amigo me recomendó
probar. ¡No me arrepiento de nada!
Pues bien, las cosas no salieron como las planeamos (de hecho, nada sale nunca como lo planeo, creo que ya debería haberme acostumbrado a eso): tuve que hacer un re-examen porque no pasé la primera ronda, y mi hermana simplemente no pudo venir. Pero como ya tenía a un amigo apuntado a la aventura, y ambos teníamos días libres y ningún otro plan a la vista, compramos los boletos, empacamos hasta el perico y nos lanzamos a esta linda ciudad. Vaya manera de celebrar que terminamos los re-exámenes. 

El paisaje nevado de la República Checa
Praga no es la primera ciudad de Europa que conozco fuera de los Países Bajos (en un futuro hablaré de París, a la que conocí en invierno), pero me es especial porque es la primera vez que viajo con alguien cuya lengua materna no es el español, y que tampoco habla la lengua local. ¡Fue muy divertido cómo, a falta de la palabra correcta en inglés, hacíamos descripciones hasta que el otro entendía el significado! Aunque no todo fue tan sencillo como eso. Por alguna razón, cada vez que salgo de los Países Bajos no puedo activar los datos móviles, y a él se le acaba la batería cada dos por tres. Así que, cómo era de esperarse, nos perdimos nada más llegar al centro de la ciudad buscando nuestro alojamiento. ¡Suerte que una amable mujer se ofreció a ayudarnos a encontrar la dirección! Una lástima que las llaves no estuvieran en donde se suponía que debían estar, pero al menos esa noche no dormimos bajo las estrellas. 

El reloj astronómico de Praga.
En dos días nos aventuramos por la ciudad, primero recorriendo sus calles por nuestra cuenta y perdiéndonos en el proceso, y después en conjunto con tres tours. En lo personal, a mi me interesa la historia y agradezco que él me haya acompañado en un recorrido en donde soltaron montones de nombres y datos. El tour del castillo fue de lo mejor, tal y como lo esperaba, aunque el pequeño recorrido de la cerveza no estuvo nada mal. Si hay algo de lo que me enamoró en Praga, fue la cerveza. Aquellos que me conocen saben que no soy de tomar bebidas alcohólicas y que generalmente las evito, más en esta ciudad fue todo lo contrario. 


La comida fue otro de los grandes gustos que conocí en esta bella ciudad. Para no hacer el cuento largo, diré que tenía sabor. Mucho sabor, y del bueno, además de que no fue muy cara. Lo siento, Países Bajos, pero seamos justos: las papas y el pan hartan después de un tiempo. El contraste entre el pasado medieval de Praga, así como de su época comunista, fue algo que me impactó en sobremanera. Sean justos conmigo: al ser mexicana, me choca encontrar edificios en muy buen estado que siguen usándose a pesar de haber sido construidos hace más de seiscientos años. Nosotros también tenemos construcciones antiguas, pero muchas veces no son más que ruinas. 


Otra de las cosas que tiene ser mexicana es que, a mi parecer, Praga es una ciudad pequeña. Muy pequeña. Al tercer día, después de dar vueltas y más vueltas, mi amigo y yo nos decidimos a visitar el osario de Sedlec, en la ciudad de Kudná Hora. Por lo normal, desde nuestro hostal debimos haber hecho 2:40 horas de ida y el mismo tiempo de vuelta, pero como perdimos el primer bus nos echamos una hora de más esperando al siguiente , aunque el paisaje helado valió la pena. Me impresionó la cantidad de restos humanos con los que se ha engalanado la capilla, así como su arreglo y acomodo, pero me sorprendió más que a mi amigo pareció afectarle el hecho de ver tantos huesos humanos juntos. Supongo que le pasó algo similar a lo que sentí yo al ver que en la catedral cercana, así como en la catedral de San Vitto, se guardan las reliquias de santos de la fe católica. Porque, francamente, no entiendo cómo es que alguien adoraría huesos, por mucho que hayan pertenecido a alguien importante. En fin, diferencias culturales que no discutiré.
El interior del osario de Sedlec.
Un dato que me pareció interesante es que en Kudná Hora encontramos un súper llamado Albert que resultó ser parte de la franquicia Albert Heijn que es bastante popular en Países Bajos. Vaya, que es como el HEMA: no importa que tan pequeño sea el pueblo, vas a encontrar un Albert Heijn a donde fueras. 

¿Volvería a Praga? Sí, aunque no por algún tiempo. Es una ciudad fascinante con una cultura rica y miles de cosas por descubrir, pero todavía me faltan muchos lugares qué visitar. Además, ¡necesito ahorrar nuevamente!
Como siempre, México en todos lados :p